28.7.11

Biografía de John Charles Ryle


En el año 1956 James Clarke & Co, Ltd. de Inglaterra publicaron de nuevo en inglés el libro por John Charles Ryle que lleva el título Holiness (Santidad) y el Dr. Martyn Lloyd-Jones escribió un breve prefacio. Dijo en ese prefacio que en su día J. C. Ryle era famoso, sobresaliente y amado como un campeón y exponente de la fe evangélica y reformada.
Esa observación concuerda con cosas que he leído. Ryle escribió más de 200 folletos y tratados, y se vendieron millones de copias de ellos y muchos de sus escritos fueron traducidos a varios idiomas. En México tuvieron una fuerte influencia en el establecimiento de iglesias reformadas. Lloyd-Jones continuó, Sin embargo, por alguna razón u otra su nombre y sus obras no son conocidos entre evangélicos modernos. Creo que todos sus libros están agotados en este país y son difíciles de obtener usados. Acuérdense, que hace como 50 años que Lloyd-Jones dijo eso. Lloyd-Jones vio el interés renovado y creciente en los escritos de Ryle como una señal de bien que le daba ánimo y esperanza. Así recomendó esa nueva edición de Holiness. Desde aquel entonces, el mundo de habla inglés ya tiene acceso a muchos de los escritos y tratados de Ryle, y hay lugares en el Internet que son dedicados a Ryle (véase abajo) en los cuales una persona puede leer en inglés casi todo lo que escribió.
Ahora bien, cuando Banner of Truth Trust (Estandarte de la Verdad) publicó un libro titulado Perlas Cristianas, escritos selectos por J. C. Ryle en el año 1963 (¿traducido por David Estrada?), esa publicación y algunos otros libros por Pink y otros autores, fueron los primeros pasos de fe y esperanza que el Señor despertara de nuevo en el mundo de habla hispana la fe reformada y un nuevo interés en Ryle y en otros autores que expusieron la fe reformada y evangélica antigua, como estaba sucediendo en el mundo de habla inglés.
En 1963 parece que no había ningún escrito de Ryle disponible excepto algunos bien viejos y usados. Banner of Truth dijo, “El libro que bajo el título de “PERLAS CRISTIANAS” presentamos al lector evangélico, viene a ser la colección más completa y escogida que hasta la fecha ha sido vertida al castellano. Confiamos que con esta publicación hayamos contribuido en algo a llenar este vacío literario inmenso que con respecto a temas de vida y aplicación cristianas se deja sentir en el mundo evangélico de habla hispana.”
Después de la página con el título y la fecha de la publicación y la casa publicadora; hay una segunda página que contiene solamente el nombre del autor, y dos pequeñas citas:
JUAN CARLOS RYLE
1816-1900
“Un hombre de granito con un corazón de niño.
“Grande en estatura, grande en intelecto, grande en espiritualidad, grande como predicador y expositor, grande en la tarea de llevar almas a Dios.”
A continuación veremos algo de la verdad que hay en esas citas. John Charles Ryle nació el 10 de mayo de 1816, en Macclesfield, Cheshire County, Inglaterra, a John y Susanna Ryle. Su abuelo era un cristiano practicante que ayudó el movimiento metodista en el norte de Inglaterra. Era también un hombre de negocios próspero, de manera que el padre de J C Ryle era un bien situado banquero, aunque parece que era un cristiano de nombre solamente. Los planes para su hijo eran introducirle en la carrera diplomática. Ryle realizó sus estudios en las universidades de Eton y Oxford, donde, además de recibir una buena educación, se destacó como deportista jugando al cricket. Su conversión tuvo lugar en 1837 mientras estaba en la iglesia oyendo la lectura del capítulo 2 de Efesios.
Pero como dos años antes de su conversión, sucedió un pequeño incidente que produjo ímpetu al proceso inexorable de su conversión. Ryle estaba cazando con un amigo de Eton, Algernon Coote, y con algunos otros. Al pasar el día en algún momento Ryle juró delante del padre de Coote, un cristiano ferviente, y le reprendió tajantemente. Ryle nunca juró después. Este suceso le llevó a tener una amistad por toda su vida con Algernon Coote, de quien Ryle escribió: ‘fue la primera persona que me dijo que pensara, me arrepintiera y orara.’ Aunque Ryle no se convirtió en seguida, estaba muy conciente que su norma para la vida estaba en gran contraste con la de los cristianos que conocía. Así, a llegar el verano de 1837 y la conversión de Ryle, los fundamentos habían sido puestos. Un poco antes de tomar sus exámenes finales, se enfermó con inflamación del pecho. Pero, pudo hacerlos y él atribuye esa poder a la lectura de la Biblia y la oración. Su enfermedad le dio más tiempo para pensar, y mientras más pensaba, más veía que Jesucristo no era el centro de su vida.
Entonces, un domingo por la tarde sucedió que asistió una de las iglesias de la parroquia. No se acordó de nada en particular, ni aun del sermón. Pero respondió a la manera por la cual fue leída la segunda lección, por alquien cuyo nombre nunca supo. El pasaje fue tomado del segundo capítulo de Efesios y al llegar a versículo 8, el lector puso gran enfasis en él, con una pausa breve entre cada cláusula. Así Ryle escuchó: ‘Porque por gracia sois salvos – por medio de la fe – y esto no de vosotros – pues es don de Dios.’
La misma verdad que transformó a Lutero en su descubrimiento de la justificación por la fe ahora tenía el mismo efecto sobre Ryle. Por la gracia de Dios llegó a ser cristiano. De allí en adelante se notaba que fuertemente sostenía los principios de la reforma. [John Charles Ryle: Evangelical Bishop por Peter Toon & Michael Smout (Reiner Publications, Swengel, PA USA; 1976; page 26, traducido de una versión en inglés citada por otros.)]
Ryle se graduó con honores en 1838, pensando en la posibilidad de un futuro en el parlamento inglés pero el Señor su Creador y Salvador tenía otro plan.
Ahora vamos a oir un poco de la introducción al libro PERLAS CRISTIANAS (publicado ahora en 2 tomos con los títulos Nueva vida y El secreto de la vida).
“Lo menos que podía imaginarme a la edad de veinticinco años era que un día llegaría a ser ministro del Evangelio”. Así escribía J. C. Ryle al recordar los años de su juventud, y añadía: “Mi padre, además de ser un banquero opulento, poseía un vasto patrimonio en tierras; y yo, por ser el hijo mayor, esperaba heredar algún día una inmensa fortuna. Pero agradó a Dios cambiar el curso de mi vida. Este cambio vino como resultado de una quiebra y ruina total en los negocios y patrimonios familiares” Fue entonces cuando J. C. Ryle se percató de que, por encima de sus planes y aspiraciones, los designios providenciales de Dios encauzaban su vida por los senderos de un fecundo ministerio evangélico. Dios le había desposeído de las riquezas de este mundo para confiarle las riquezas sobreabundantes del Evangelio.”
En 1841 fue ordenado al ministerio de la Iglesia Anglicana por el obispo Sumner de Winchester, un evangélico convencido. Pasó dos años en la iglesia anglicana de New Forest, en Exbury. Después, fue enviado a Winchester por un año y luego a Helmingham en 1845 para ministrar en un sitio en el cual casi toda la gente vivieron en los terrenos de un solo hombre. Pero allí recibió un estipendio (remuneración) suficiente para poder casarse, y trabajó fielmente por 16 años. Se casó en 1845 y vio a su esposa morir en 1847. Ella dejó una niña. Luego se casó de nuevo en el año 1850 y después de ver 1 hija y 3 hijos nacer, Ryle vio la deterioración de la salud de ella por una enfermedad llamada “Brights”. Perdió esa esposa en el año 1860. En ese sitio Ryle comenzó su ministerio de escribir. Escribió tratados que se vendieron por un centavo cada uno. ¿Eres convertido? ¿Eres perdonado? ¿Eres santo? ¿Eres libre? ¿Eres un un sacerdote? etc. fueron algunos de los títulos. El contenido fue muy bíblico y el estilo fue claro y fácil de seguir. Cantidades fueron enviados a Australia y repartidos. Traducidos a español ayudaron a la iglesia reformada en México. Uno de sus tratados llamado “Verdadera libertad” alcanzó a un sacerdote en México llamado Manuel Agnas. Ese tratado servió para guiarle a la conversión a Jesucristo, en los tiempos de debate sobre la infalibilidad del papa.
Mientras Ryle iba exponiendo los evangelios en sus predicaciones, iba trabajando con diligencia para producir sus libros Expository Thoughts on the Gospels. Terminó al fin en 1873. En su valioso libro, Commenting and Commentaries, Spurgeon escribió el nombre de Ryle en mayúscula en letra negrita, y sus notas en letra cursiva, indicando así, como él explica, que esa obra está entre las que más recomienda.
RYLE (J. C., BA) Meditaciones expositivas sobre los cuatro evangelios. Para uso privado y en la familia.
Estimamos estos tomos. Son difusos y extensos, pero no más allá que lo necesario para lectura en la familia. El Sr. Ryle evidentemente ha estudiado todos los autores previos que escribieron sobre los evangelios, y ha dado una enseñanza individual de valor considerable.
Aunque Ryle los escribió para uso privado y en la familia, muchos ministros han sacado mucho provecho de estos libros. Juan es un comentario completo, y Lucas tiene muchas notas valiosas. Ryle consultó más que 40 autores en su preparación y la lista de ellos se encuentra en sus introducciones. Los evangelios explicados fueron traducidos a español. En la edición que Editorial CLIE reprodujo en 1977, edición tan antigua que contiene el texto de la Biblia en español anterior a la versión de 1909 (p.e., dice Isabel en vez de Elisabeth como en la versión de 19099 o Elisabet como en la de 1960), vemos esta nota (lo pongo como aparece, español antiguo y/o errores):
El volumen que ahora publicamos forma parte de una serie de cuatro, que sobre los cuatro Evangelios ha escrito un presbítero eminente de la iglesia Anglicana. Extensa ha sido su circulacion en ingles, lengua en que originalmente fueron escritos; y han sido altamente estimados, no solo por la exposicion clara y correcta del sagrado texto, sino todavía más por el fervor y entusiasmo con que proclaman é inculcan los dogmas evangélicos, y por la inteligencia profunda de las grandes verdades que en él se encierran, y sobre todo de aquellas que tienen por centro y fundamento á nuestro Señor y Salvador Jesu-Cristo; verdades que son las unicas que pueden salvar nuestras almas y reformar nuestras vidas. Esperamos que en esta version castellana, aun que algo compendiados, serán recibidos con aplauso por millares de almas ansiosas de oir lo que realmente dijo el Salvador, y poder así obedecer sus preceptos e imitar su ejemplo.
Faltaríamos á un deber sagrado si al mismo tiempo no rindiéramos un tributo de justas alabanzas á la “Asociacion de Señores de Brooklyn para ayudar las misiones evangélicas en Mexico,” que con sus esfuerzos incansables y generosos han reunido los fondos necesarios para pagar su traduccion. Acepten, pues, el testimonio de nuestra gratitud; y sepan, para que puedan bendicirlas, á quienes deben el maná celeste de la verdad evangélica, las almas que al leer estos volúmenes reciban regeneradas nueva vida. Aunque Ryle escribía mucho, no desatendió a su esposa ni a su parroquia. En cuanto a ella, muchas veces fue con ella a Londres buscando ayuda médica. En cuanto a la parroquia, las cosas publicadas en gran parte fueron escritos para el beneficio de su iglesia. En 1858 había una asistencia de 160 en su iglesia. Sólo 300 personas vivían en ese lugar. Este hecho que indica que Ryle tenía contacto con todos. No vivió aislado de sus feligreses.
Aunque estaba en una iglesia pequeña, fue conocido por sus escritos y predicaciones en conferencias. Como dice un autor, “En medio de los sonidos religiosos inciertos de la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX, la voz evangélica de J. C. Ryle, fue clara y penetrante. Repercutió con una fuerza espiritual similar a la de su contemporáneo C. H. Spurgeon; y al igual que con el gran predicador bautista, la fuerza de la predicación de J. C. Ryle residía en la pureza doctinal de su mensaje. Y es que, como sucede con todo hombre de Dios, el corazón de J. C. Ryle estaba poseído por la verdad de la revelación bíblica.”
En el año 1861 fue trasladado a Stradbroke, que tenía una población de 1,300 y una buena remuneración, de tal manera que no tuvo que buscar ingresos de otras fuentes. Habia mucha gente pobre en ese sitio y mucho trabajo pastoral. El edificio se llenó y 250 niños recibían instrucción en la escuela dominical. Había reuniones en casas y en los meses del verano Ryle predicó 2 veces cada semana al aire libre.
Después de 40 años de ministerio, a la edad de 64 años fue nombrado primer obispo de la industrial y populosa ciudad de Liverpool (1880), gracias a las recomendaciones del primer ministro británico Benjamín Disraeli. Algunos opinan que Disraeli hizo esto no porque admiraba o estaba de acuerdo con Ryle, sino para fastidiar la oposición política del partido Liberal en Liverpool. No importa los sucesos que contribuyeron a este nombramiento. Ryle trabajó arduamente e hizo mucho bien hasta que no pudo más y renunció su posición a 83 años de edad, uno pocos meses antes de su muerte el 10 de junio de 1900 a la edad de 84. Ryle se había casado una tercera vez en el año 1861 pero se quedó viudo nuevamente en el año 1889. No volvió a casarse.
Ahora bien, cito de nuevo de la introducción de PERLAS CRISTIANAS:
Refiriéndose a él, uno de sus contemporáneos dijo: “Era un hombre de granito con un corazón de niño”. ¡Cuán acertada era esta descripción! Efectivamente, J. C. Ryle fue un hombre de granito. Su fe evangélica era como estos picos alpinos capaces de resistir los embates del más severo vendaval. Y ciertamente, muchos y severos fueron los vendavales que se arremolinaron con ímpetu sobre este fiel siervo de Dios, El movimiento católicoanglicano iniciado en Oxford, y del que Pusey y Newman eran las figuras más destacadas, se estrelló ante la firmeza doctrinal de J. C. Ryle; de modo que resultaron vanos los intentos de “romanizar” la Iglesia Anglicana en aquel entonces. J. C. Ryle defendió con tesón la fe evangélica y la herencia espiritual legado por los reformadores. “Nunca nos rendiremos” – era el lema de este campeón de la causa del Evangelio. Y hasta el fin de su vida mantuvo en alto el estandarte de la verdad revelada.
Ryle sabía bien que el creyente tiene lucha “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad”, y por esto tomó sobre sí “toda la armadura de Dios”. En su tiempo las teorías alemanas sobre la inspiración de la Biblia encontraron una entusiasta acogida en Inglaterra, y tan hondo llegaron a calar éstas que todo aquel que todavía se adhería a la doctrina de la inspiración verbal y plenaria de la Biblia era considerado como un fósil teológico del pasado. J. C. Ryle permaneció firme en su posición evangélica. La crítica de la mal llamada ciencia y las teorías de la teología liberal no lograron hacer tambalear su fe en la Biblia como Palabra de Dios. “He aquí la roca; todo lo demás es arena”. Tanto en su teología como en su testimonio al mundo, J. C. Ryle fue un hombre de granito.
Así que vemos que Ryle enfrentó a aquellos que querían volver a la iglesia católica romana y a los liberales que no creían en la inspiración plenaria y la autoridad e infalibilidad de las Escrituras. En la introducción a las “Meditaciones sobre los evangelios: Juan, cap. 1-6” hay un buen ejemplo de su fe de la inspiración plenaria de las Escrituras. (Véase las páginas 13-16 de la edición de Editorial Peregrino, España, 2004.) En la introducción del libro Charges and Addresses (Banner of Truth, Edinburgh, 1978) los editores señalan que en 1887 Ryle despidió a su propio hijo Herbert Edward Ryle de una posición en la iglesia (Capellán Examinador) porque su hijo había aceptado las teorías de la “alta crítica” de las Escrituras. Continuamos ahora con los comentarios en PERLAS CRISTIANAS. Se dice que Ryle fue un hombre de granito:
Pero también fue un hombre “con un corazón de niño”, un verdadero israelita en cuyo corazón no había engaño; un verdadero hijo del Reino. Una marcada nota de nobleza y afecto caracterizaba sus acciones, incluso hacia aquellos que trataban de desacreditar su ministerio con falsas y maliciosas acusaciones. No había lugar para el odio o el rencor en el corazón de Ryle; y es que rebosaba de aquella caridad paulina que “no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo soporta”.
En el curso de su largo ministerio y unido a su amor sincero por la pureza del Evangelio, Ryle evidenció una profunda pasión por las almas perdidas. Su predicación fue esencialmente evangelística; el deseo de alcanzar a los no salvos constituia la meta primordial de sus sermones y también de sus escritos. Desde que Gutemberg inventara la imprenta, quizá ningún siervo de Dios se había percatado como Ryle de la importancia decisiva de la página impresa en la tarea de llevar el Evangelio a los inconversos. Sus tratados y folletos le dieron fama mundial. Escribió más de trescientos tratados, además de otros muchos escritos, y el número total de sus publicaciones en letra de molde superó los doce millones (12,000,000) de ejemplares.
En su afán para hacer llegar el mensaje salvador a las almas, Ryle sacrificó su vasta erudición oxoniana, y consiguió presentar sus mensajes en un lenguaje sencillo, claro y directo. Ya en los títulos mismos de sus tratados se aprecian estas características: “¿Cómo lees?” “¿Eres feliz?” “¿Eres libre?” “¿Es tu corazón recto delante de Dios?”, etc. Además, estaba dotado de la habilidad poco común de expresar profundas verdades en giros proverbiales fáciles de retener en la memoria (“Lo que tejemos en esta vida lo llevamos en la eternidad”. “No nos metamos con la persona, pero sí con su pecado”, etc.). Esto en cuanto a su estilo. En lo que se refiere al contenido de sus mensajes, además de la nota esencialmente bíblica a las que hemos ya aludido, descubrimos un maravilloso equilibrio doctrinal en la exposición de las Escrituras. Ryle era un creyente con una fe equilibrada, una mente equilibrada y un juicio equilibrado.
Ryle escribió un excelente mensaje sobre la sencillez en la predicación (Simplicity in preaching, THE UPPER ROOM, Banner of Truth, London, 1970, páginas 35 – 55). Aunque hizo el mensaje por predicadores de habla inglés (y así habla de palabras sajones y franceses, etc.), hay principios que sirven para cualquier idioma.
Teológicamente se había formado a los pies de los reformadores y llegó a conocer, como pocos lo han conseguido, a los puritanos. Consideraba a éstos como los expositores más versados en la “mente de la Escritura”. Y hay, ciertamente, raudales de doctrina en sus escritos; pero ésta no aparece aisladamente y según los moldes áridos de una teología que está en las nubes, sino en su íntima relación con lo práctico, con un andar santo en la vida del creyente. En sus escritos se transparenta un constante equilibrio en lo doctrinal y lo práctico.
Por eso, J I Packer y otros miran a Ryle como si fuera un verdadero puritano, viviendo en otra época. No guardó como secreto su admiración por los puritanos.
Entre otros sucesos de su día, Ryle tomó nota de la enseñanza dada en las conferencias “Keswick” y la enseñanza que dieron sobre la santidad en términos de la necesidad de ser pasivo (“Let go and let God…”, “Stop trying and start trusting”, etc. o sea, “Deja de esforzarte y comienza a confiar en Dios.”) para conseguir una vida más profunda o más alta por medio de una segunda bendición o experiencia. Pero
Su concepto de la vida cristiana respira un activismo netamente bíblico. Para Ryle el verdadero cristianismo no puede armonizarse con una noción estática de la fe, sino que, por el contrario, la vida espiritual que se recibe con el nuevo nacimiento es como una fuerza impulsora que pone a todas las facultades de la persona salva en acción constante. Así como el movimiento es manifestación de un principio de vida, la actividad en los senderos de la santidad es evidencia de un genuina vida espiritual en Cristo. Todos sus escritos reflejan un constante preocupación por el tema de la santidad.
Esto no quiere decir que Ryle no creía que la santificación no es por gracia y por medio de la fe. Su mensaje sobre la santificación es un mensaje netamente bíblico y claro y equilibrado.
Finalmente hay un comentario en la introducción que vamos citando sobre su amor a todos los cristianos verdaderos, sin tomar en cuenta la denominación.
Su cristianismo no venía delimitado por los horizontes confesionales de su propia denominación evangélica. Cierto es que fue miembro de la Iglesia Anglicana y llegó a ser obispo de Liverpool, pero su visión de la Iglesia de Cristo y su amor por los diferentes “miembros de la familia de Dios” elevaban su alma noble por encima de las peculiaridades propias de toda denominación. “Puesto que no hay salvación excepto en Cristo” – escribía –, “amemos a todos aquellos que aman al Señor Jesús con sinceridad, y le ensalzan como Salvador de sus almas. No nos encerremos en nuestra cáscara y miremos de reojo a aquellos que no ven todas las cosas como nosotros las vemos. No miremos si el creyente es independiente, metodista, bautista, etc.; si en verdad ama a Cristo y pone a Cristo en el lugar que le corresponde, entonces amémosle con todo nuestro corazón. Viajamos con rapidez hacia un lugar donde no habrá denominaciones, nombres, ni formas de gobierno, y en donde Cristo será el todo. Preparémonos, pues, para tal lugar amando a todos aquellos que están en el camino que conduce al mismo. Mientras veamos que se mantienen las doctrinas de la Biblia y se exalta a Cristo, mostremos hacia los que así hacen aquella verdadera caridad que todo lo cree, y todo lo espera.”
Físicamente Ryle era hombre grande para esos tiempos, seis pies con tres pulgadas (6’ 3”), con una voz potente, pero aunque su presencia fue imponente, su conducta armonizaba con sus metas de glorificar a Cristo. Ryle era un líder amado que hizo mucho bien como predicador y pastor en los días de su vida, pero son sus libros y folletos que tenemos como patrimonio. Son diversos – exposición biblica, estudios devocionales, estudios históricos, estudios doctrinales y estudios sobre la fe y práctica de la iglesia anglicana. “Amante de la Reforma del siglo XVI y sus altos principios cristianos, escribió sobre los mártires de la misma en Inglaterra, así como sobre los grandes líderes evangélicos del Avivamiento religioso del siglo XVIII, como Whitefield.” “Sus obras devocionales han sido de incalculable bendición a muchos de sus lectores, por su llamado activismo bíblico, en el sentido de que el verdadero cristiano no puede contentarse con una visión estática de la fe, sino que la vida espiritual, recibida por el nuevo nacimiento, debe ser una fuerza que impulse todas las facultades de la persona renacida. J.I. Packer dice que todo buen creyente encontrará en Ryle una fiesta, una mina de oro, un acicate, comida, bebida, medicina, todo en uno.” “Martyn Lloyd-Jones describío los escritos de Ryle como ‘una distilación de la teología verdaderamente puritana presentada en una forma moderna y fácil de leer’.” Vemos en Ryle un hombre que quiso promover el conocimiento, honor y gloria de Jesucristo. Dijo, “Mi deseo principal en todo lo que escribo es exaltar al Señor Jesucristo y hacerle parecer hermoso y glorioso delante de los ojos de los hombres; y promover el aumento y crecimiento del arrepintimiento, fe y santidad en la tierra.” Su primer tomo de “Meditaciones sobre los evangelios” fue presentado “con una ferviente oración para que sirva para el fomento de la religión pura y sin mácula…” Ryle era un hombre recto e íntegro en referencia a sus votos como pastor, y en su identidad con la fe de la reforma. Como él mismo testificó que nadie iba a encontrar cosas nuevas en sus meditaciones sobre los evangelios, no vamos a ver “…nada …que no esté en perfecta armonía con los Treinta y Nueve Artículos de mi iglesia y que no concuerde con todas las confesiones de fe protestantes.” (Pág 13 de la introducción de Meditaciones sobre los Evangelios: Mateo; Editorial Peregrino, España, 2001) Por supuesto, es aquí que, como bautistas reformados, tenemos que advertir a los lectores de sus libros que no debemos seguirle en su apoyo del bautismo de los niños, o en sus ideas sobre el gobierno de la iglesia y la relación de ella con el estado. Tampoco aceptamos el principio normativo de la adoración. Pero, aunque esas cosas aparecen, no reciben atención desmedida, y por eso Ryle ha sido y es amado y aceptado por los que aman la fe reformada y evangélica como predicada por Whitefield. Si los bautistas no hubieran amado a Ryle la venta de sus libros sería mucho menos. Pero, amamos su doctrina, su estilo claro, su manera de enseñar. Mucho han recibido ayuda y han podido ayudar a otros.


21.7.11

Biografía de R. M. McCheyne


N. el 21 de mayo de 1813 en Edimburgo (Escocia), Desde muy joven demostró una inteligencia extraordinaria. Con sólo cuatro años aprendió por sí solo el alfabeto griego. En noviembre de 1827 entró en la Universidad y en el Divinity Hall de Edimburgo, donde tuvo por profesores a David Welsh y el célebre Dr. Thomas Chalmers (1780-1847).
La muerte de su hermano mayor David, en julio de 1831, le hizo pensar seriamente sobre la eternidad. Intranquilo por su condición pecadora llegó a la conversión en 1832. “Buscaré un hermano que no muera jamás”, se dijo a sí mismo. Brillante en sus estudios, destacó, sin embargo, por una verdadera pasión por salvar almas. Varias horas a la semana el joven estudiante se dedicaba a predicar el Evangelio en los barrios más bajos y pobres de Edimburgo.
Ordenado al ministerio de la Iglesia de Escocia el 24 de noviembre de 1836, sirvió en la Iglesia de St. Peter en Dundee, ciudad industrial, mayormente compuesta por obreros y con muy poco interés religioso. Aún así llegó a ser tan amado de todos que el día de su entierro miles de personas abarrotaron las calles por donde pasaba el cortejo fúnebre, hasta el punto que su padre llegó a decir que “Dios ha cortado la vida de mi hijo tan tempranamente para evitar que su pueblo amado hiciera de él un ídolo”.
Metódico y ferviente en la lectura de la Biblia, la oración, las visitas pastores y el evangelismo por las casas, era considerado como uno de los pastores más piadosos y concienzudos de la época. Elegido en 1839 para viajar a Palestina, con el objeto de estudiar la posibilidad de iniciar obra misionera entre los judíos del lugar, así como para recuperar su salud, por entonces muy quebrantada, motivado en parte por sus expectativas escatológicas (creía en el premilenarismo histórico), y sobre todo por su manera de entender Romanos 9-11. Mientras estaba en Palestina un avivamiento espiritual recorría Dundee y sus alrededores, en el cual Dios estaba usando poderosamente a William C. Burns (1815-69), quien había ido a la Iglesia de M’Cheyne para sustituirle, en principio por causa de su enfermedad, y después, por su ausencia del país en el mencionado viaje de exploración misionera. De regreso a Dundee tuvo el privilegio de ver numerosas conversiones y de ser ayudado en su labor espiritual por Burns, quien después marcharía como misionero a China.
El tifus, prevaleciente entre los miembros de su iglesia, a quienes visitaba con regularidad, le atacó y minó su constitución física débil y enfermiza. Murió antes de cumplir los 30 años. Pese a su breve ministerio ejerció una influencia notable tanto en su época como en generaciones futuras. Sus escritos llegaron a ser, después de la Biblia, los más leídos de la segunda mitad del siglo XIX en Escocia.
En su vida se cumplió su propia profecía de que un ministerio santo es un arma terrible en las manos de Dios. Alguien describió su vida como “una de las obras más bellas del Espíritu Santo”.

9.7.11

Biografía: Hudson Taylor - 1832 - 1905


La vida del misionero al país qué tanta ayuda necesita: China. 
Mucho antes de que Hudson Taylor naciera sus padres lo dedicaron al Señor. Habían leído en Éxodo 13:2: “Conságrame todo primogénito”; y habían comprendido sabían que este mandato divino se refería no sólo a lo que poseía en el hogar y en la familia. El 21 de mayo de 1832, en Yorkshire, Inglaterra, les nació un hijo, y le pusieron Jaime Hudson Taylor.
Desde sus días de niño de brazos, Hudson Taylor fue llevado al templo evangélico.  Entre sus recuerdos más tempranos conservaba el cuadro de su abuelo y su abuela, sentados directamente detrás de él y de sus padres.  Gran parte de su educación le fue dada en su propio hogar. Su padre le enseñó el alfabeto hebreo; y, antes de que cumpliera cuatro años, su madre le había enseñado a leer y a escribir.Como muchos otros niños, Hudson Taylor acostumbraba jugar “a la iglesia”, junto con su hermano y su hermana. La silla de su padre les servía de púlpito, y el tema predilecto de los sermones infalibles era las tinieblas de los países paganos. Esto era lo que solía oír, tanto en su hogar como en el templo.
“Cuando yo sea grande” decía Hudson, “quiero ir como misionero a la China”.
En el hogar de los Taylor la norma era que los centavos tenían que ser ganados. Los padres de Hudson creían que sus hijos debían comprender el valor del dinero, y darse cuenta de que debían aprender a ganarlo de manera honrada. Por lo tanto, les asignaban algunos quehaceres domésticos como trabajos.
Cierto día llegó al pueblo una feria de diversiones. Hudson Taylor había ahorrado un centavo enterito, lo cual le parecía una gran fortuna. Decidió gastarlo en la feria. Pero, cuando llegó al lugar, se encontró con que tenía que acercarse a la boletería y comprar un boleto de entrada. Hudson sacó su centavo y se lo mostró al encargado. El hombre sacudió la cabeza, indicándole que no podía entrar, puesto que la entrada valía dos centavos. “No tengo otro centavo” dijo Hudson, “pero le daré éste si usted me deja entrar. ¿No le parece mejor un centavo que ninguno?”.
Pero el hombre permaneció impertúrbale. Hudson regresó a su casa llorando a lagrima viva, como si se le fuera a partir el corazón. Su madre le asignó una tarea en la que podía ganar otro centavo. Así, dentro de poco, ya pudo asistir a la feria. Como resultado de esa experiencia, Hudson Taylor nunca olvidó el valor del dinero.
A los niños Taylor se les había enseñado que no debían pedir nada en la mesa. Un día, cuando tenían visitas para la cena, el plato de Hudson fue pasado por alto. Durante largo rato se quedó sentado sin decir nada. Al fin, aprovechando una pausa en la conversación, Hudson pidió que le pararán la sal. El invitado que estaba sentado a su lado miró su plato vació y le preguntó: “¿Para qué quieres la sal?”. Hudson replicó que quería estar preparado para cuando su madre le sirviera l a comida.
A Hudson Taylor siempre le gustó leer. En muchas ocasiones no alcanzaba a terminar de leer algún libro durante las horas del día. Deseaba poder leer de noche; pero su madre siempre venía para arroparle y para llevarse la vela. Cierto día se quedó a medias en la lectura de una historia que le llamó particularmente la atención. Recordó que en la casa había unos cabos de vela, que se guardaban para usarlos en el sótano. Nadie se daría cuenta si cogía unos cuantos. Así podía encenderlos y leer en la cama.
Esa noche , poco antes de la hora en que Hudson debía irse a la cama, unos amigos de la familia llegaron para visitarles. Hudson se había metido los cabos de velas en los bolsillos, al entrar en la sala para dar las buenas noches. De pronto, el amigo que les visitaba tomó al niño y, sentándole sobre sus rodillas, empezó a contarle una historieta. Aunque a Hudson le encantaban los relatos, estaba inquieto y se retorcía constantemente. Se le figuraba que muy pronto se le iban a derretir los cabos de vela que tenia en el bolsillo, pues estaba sentado muy cerca de la chimenea. No bien hubo acabado el hombre de relatar la anécdota, Hudson trató de bajarse de rodillas. Sin embargo, su madre le dijo que, puesto que era temprano todavía, le daba permiso para quedarse otro rato en la sala.
El visitante empezó a relatar otra anécdota; y otra vez Hudson se retorció para bajarse de las rodillas de aquel hombre. El visitante se sintió muy decepcionado, y los padres de Hudson quedaron muy perplejos. El muchacho corrió a su habitación, y su madre lo siguió. Allí encontró a su hijo llorando abundantemente, y con el bolsillo lleno de velas derretidas. Esa fue otra experiencia que Hudson Taylor jamás olvidó.
La misma Sra. de Taylor era la maestra de sus hijos, y por eso vigilaba atentamente mientras ellos leían los textos de historia, literatura, y otros libros. Siempre que encontraban alguna palabra que no conocían, debían acudir al diccionario para buscar el significado.
Otra de las lecciones que Hudson Taylor aprendió de sus padres fue la puntualidad. “Supongamos” le decía su padre, “que hay cinco personas, y que se les hace esperar un minuto. ¿No ves que son cinco minutos perdidos, que no se recobrarán jamás?”.
El Sr. Taylor estimulaba y fortalecía la vida espiritual de su hijo. A diario, durante su niñez, Hudson era llamado a la habitación de su padre, par tener un rato de oración y estudio bíblico. Además se le enseño a tener su propio tiempo devocional a solas con Dios. Pronto aprendió a dedicar unos minutos antes del desayuno, y otros por la tarde, a la lectura de la palabra de Dios y a la oración.
Debido a que Hudson Taylor era enfermizo, no le fue posible asistir regularmente a la escuela. Pero las clases que su madre le daba eran conducidas de manera sistemática y consistente; de modo que, como resultado. Hudson Taylor avanzó en sus estudios mucho más que los niños que asistían a la escuela.
Las misiones al extranjero era uno de los constante temas de conversación y oración en el hogar de los Taylor. El padre sentía un anhelo especial de que el evangelio llegara a la China. Hablaba mucho del país, y oraba mucho por dicha nación. Cuando Hudson tenía siete años, se realizó un culto de celebración, durante el cual recogieron ofrendas de acciones de gracias, y se elaboraron plegarias por el mundo entero. Después de este culto de celebración, el padre de Hudson comneto que varios misioneros habian salido recientemente, pero que ninguno de ellos habia ido a la China. Este hecho, juntamente con la lectura del libro La China, de Pedro Parley, hizo una profunda impresión en J. Hudson Taylor. No obstante, los Taylor ya habían abandonado las esperanzas de que Hudson pudiera dar cumplimiento a sus deseos, pues el niño era muy enfermizo.
A medida que Hudson crecía, su salud pareció mejorar, y así pudo asistir a la escuela. Allí, no solo le faltó el ambiente espiritual de su hogar, sino que también el horario escolar, atiborrado de quehaceres y deberes, le hizo dejar a un lado las cosas del Señor. Ya no hallaba tiempo para la oración y la lectura de la Biblia; actos que había observado sin falta mientras estaba en casa. Como consecuencia, su vida espiritual empezó a declinar. Entre los once y diecisiete años, Jaime Hudson Taylor llevó una vida cristiana vacilante. Cuando tenía quince años, le fue ofrecido un empleo como dependiente subalterno en un banco. En tal lugar, las cosas se le hicieron más difíciles, no solo porque era un nuevo en el trabajo, sino también a causas de las amistades que encontró allí. La mayoría de sus amigos se reían de las convicciones religiosas de Hudson, considerándolas anticuadas. En ese mismo lugar, el joven empezó a ambicionar las posesiones materiales y a pensar que las necesitaba.
Pero el Señor tenía Su mano sobre Hudson Taylor, y como secuencia de una serie de inflamaciones en los ojos, el joven tuvo que dejar su empleo en el banco. Regresó a su casa, para trabajar con su padre. No obstante, puesto que no andaba bien en las cosas espirituales, le resultaba difícil hablar con su padre o su madre. Le era un poco más fácil conversar con su hermana Emilia, que para entonces contaba con trece años de edad. Emilia resolvió orar por su hermano tres veces al día. Tan decidida estaba en su propósito, que escribió en su diario que nunca dejaría de orar por él hasta que él regresara al Señor Jesucristo.
Un día, mientras su madre estaba fuera, Hudson entró a la biblioteca de su padre para buscar unos libros. Parecía que no podía encontrar nada que le interesara, de modo que echó mano a una canasta que contenía folletos y, al acaso, cogió uno de evangelización. En esa misma hora su madre, encontrándose a unos cien kilómetros de distancia, se levantó de la mesa y entró en su habitación. Cerró su puerta, y le puso llave, resuelta a no salir sino cuando tuviera la certeza de que Dios contestaría sus oraciones a favor de su hijo descarriado. Hora tras hora imploró al Señor, hasta que de pronto ya no pudo seguir orando. Entonces empezó a darle gracias a Dios por la conversión de su hijo.
Mientras tanto, en su casa, Jaime Hudson Taylor decidió leer tratado que  tenía en la mano. “Leeré solamente la anécdota” se dijo entre sí. “Dejaré de leer cuando empiece el sermón”.
Sin embargo, cuando se dio cuenta, no solo había leído el relato, sino también el sermón. El tratado hablaba acerca del Señor Jesucristo, el cual entregó voluntariamente su vida por el mundo entero.
Súbitamente le vino un pensamiento extraño: Si Cristo murió por todo ser humano en el mundo entero, luego todo ser humano debería saberlo. Esto significaba que alguien debería contarles acerca de Cristo. Cayendo de rodillas, Hudson se entregó al Salvador.
Cuando su madre regresó a casa, Hudson salió a su encuentro, queriendo contarle que se había convertido. “Lo sé” fue lo único que pudo responder la madre. Hudson creyó que su hermana Emilia había roto su promesa y le había contado a su madre lo acontecido, pero la señora le aseguró que no había sido así. Era Dios quien le había hablado de ella.
Después de que Hudson Taylor entregó su corazón y su vida al Señor, hubo un gran cambio en su vida. No solamente se le notaba una nueva actitudes hacia los de su casa, sino también hacia las necesidades de otros. Un día apartó una hora para orar y consagrar definitivamente su vida a Dios, de modo de servirle en alguna manera especial. Desde aquel día, Hudson y su hermana Emilia salieron todos los domingos, durantes las primeras horas de la noche, para evangelizar a los inconversos. Previamente, habían acostumbrado asistir consideraron que habían sacrificar esto, para poder alcanzar a algunas de las personas que no podían ser alcanzadas a ninguna otra hora.
Cuando Hudson tenía diecisiete años y medio comprendió que Dios lo había llamado para servirle en la China. Poco tiempo después, empezó a prepararse para la obra misionera. Lo primero que hizo fue procurar mejorar su salud. Se sometió a un programa de ejercicio físico, y trató de pasar más tiempo al aire libre. Dejó a un lado su colchón de plumas, a fin de prepararse para una vida de rigores y asperezas. De manera habitual repartía tratados, enseñaba una clase de escuela dominical y visitaba a lo s pobres y a los enfermos.
Aunque no tenía ningún libro que le enseñara el idioma chino, poseía un ejemplar del evangelio según san Lucas en ese lenguaje. Usando tal libro como texto, dedicó muchas horas al estudio del idioma. Con la ayuda de un primo hermano, Hudson Taylor pudo compilar un diccionario chino que contenía unos quinientos caracteres.
A los diecinueve años salió de su hogar, para estudiar medicina y cirugía, convencido de que esto le sería provechoso en el campo misionero. Tan decidido estaba en cuanto a ir a la China, que resolvió trabajar con el fin de ahorrar dinero para el pasaje.
Por fin llegó el día anhelado, y Hudson Taylor se embargó en un buque que iba a hacia la China. Era un barco de velas, y requería de viento fuerte y constante para llevarlo a su destino. Un día, en plena mitad del océano, el viento dejó de soplar.
“Hemos hecho todo lo posible” dijo el capitán. “Todo lo posible, no” replicó Taylor. “Habemos cuatro creyentes en la nave. Le pediremos a Dios que nos mande el viento que necesitamos”. Los cuatro entraron en uno de sus camarotes, y empezaron a orar. Pronto se levantó un fuerte viento, y la nave comenzó a avanzar de nuevo. Todos ellos marineros y los pasajeros se sorprendieron, menos los cuatros creyentes que había elevado su plegaria al Señor. Estos sabían que Dios tiene poder para enviar el viento.
La travesía no resultó nada fácil. De hecho, por poco termina en desastre, por cuanto la nave fue atrapada por una fuerte tormenta; luego por un espantoso ciclón, y también por una ventisca cegadora. Sin embargo, por fin, luego de cinco meses y medio de navegación llegaron a Shangai, en la China.
Hudson Taylor había estado esperando dedicarse de lleno a la obra misionera. No obstante, se topó con muchos obstáculos que le impedían desarrollar su obra. Esto fue especialmente cierto cuando estalló la guerra entre las tropas extranjeras y el ejército imperial. Ningún europeo podía andar seguro sin llevar un arma. Esto afligía al joven misionero, por cuanto había llegado a la China con la certeza de que Dios lo había enviado allí para presentar a la gente el mensaje de salvación. Tuvo que atravesar otras experiencias desalentadoras, también. La inflamación de sus ojos, que le había afectado cuando trabajaba en el banco años tras, volvió a molestarle. El fuerte sol y el polvo le causaban esa molestia, y como resultado, Hudson sufría intensos dolores de cabeza.
A pesar de tales problemas, dedicaba unas cinco horas diarias al estudio del idioma chino. Además, continuó sus estudios de medicina y química, de modo de no perder el toque médico que sentía necesitar para alcanzar a la gente.
Casi un uño después de haber salido de su hogar, Hudson Taylor por fin logró ayudar a algunas personas con atención médica. Parecía que las cosas le iban mejor. Estableció una escuela diurna, en la cual tenía diez niños y cinco niñas, con un profesor cristiano que dictaba las clases. Aunque no había anunciado la apertura de un dispensario médico, cada día le llegaban nuevos pacientes. La asistencia a los cultos iba en aumento también. Al principio asistían solamente Hudson y el maestro cristiano. Sin embargo, pronto la asistencia subió a unas veinte personas; algunas llegaban por la mañana, y otras por la noche. Pero tras un problema surgía otro contribuyendo a

desanimar al misionero: un lugar donde vivir, comida y alimentación, dinero para pagar sus gastos, la guerra y muchos problemas más.Taylor se convenció de que la única manera de alcanzar a la gente de China sería identificándose con ellos. Por tanto, compró ropa China y aprendió a comer con palillos, a usanza china. Sin embargo, le faltaba un paso grande, que no había dado aún: su cabello rubio y crespo le daba a conocer como europeo a la legua. Creyendo que esa era la única manera de alcanzar al pueblo chino con el evangelio, finalmente Hudson dio también ese paso. Llamó a un peluquero, y le pidió que le cortara el pelo, dejándole únicamente lo suficiente para que le pareciera otro chino más. Todo esto le ganó la entrada al corazón de la gente, y muchos ni siquiera sospechaban que aran extranjero, sino cuando empezaba a hablarles.
A pesar de todo ello, cuando recibió una carta de su casa, se enteró de que su familia no estaba contenta con lo que había hecho. Les contestó explicándoles que lo que había hecho era con el fin de alcanzar al pueblo chino para Cristo, y que su acción estaba demostrando ser muy efectiva.
Cuando estalló la guerra entre China e Inglaterra, casi todas las personas consideradas extranjeras vieron sus vidas en peligro. No obstante, debido al hecho de que Taylor había adoptado el vestuario y la apariencia de los chinos, halló que le era más fácil confundirse entre ellos. No obstante, en muchas ocasiones, su vida también se vio en gran peligro.
El 16 de enero de 1858 Maria Dyer cumplió los veintiún años; y el 20 de enero se casó con Hudson Taylor. Desde entonces la obra de los misioneros fue expandiéndose más. María tomó a su cargo las reuniones para niños y señoras, e invitaban a los chinos a que la visitaran en su casa. El trabajo de Hudson, evangelizando, predicando y curando a la gente, lo mantenía ocupado día y noche. Los misioneros se encaraban, día tras día, año tras año, con más guerras, tiempos de hambre, y muchos otros problemas que afectaban a la obra. No obstante, Jaime Hudson Taylor y su esposa, fueron instrumentos en las manos de Dios para formar una nueva misión, que se llamó la Misión al Interior de la China; y Dios los prosperó en su obra. Dios también bendijo su hogar, dándoles una hija, a la cual pusieron por nombre Graciela.
La vida de Hudson Taylor fue una vida de oración y de dependencia continua en Dios. No hacía nada si primero arrodillase y pedir que Dios le revelara su divina voluntad. Esto fue cierto cuando, muy joven aún, buscaba la sabiduría de Dios en cuanto a su viaje de evangelización y de servicio médico río arriba, para alcanzar a la gente en el interior de país; fue cierto cuando buscaba la voluntad de Dios en cuanto a su casamiento; y es algo que debe ser hecho por cada uno de nosotros, en cada decisión que tomamos, sea grande o pequeña. En razón de que ya pertenecemos a cristo, debemos saber cuál es su voluntad perfecta para nosotros.
Cuando Jaime Hudson Taylor comprendió que pronto terminaría su obra en la China, siendo que no le quedaban muchos más días de su vida en esta tierra, les dijo a unos amigos: “Si tuviera mil vidas, las entregaría todas por la China”.