N. el 21 de mayo de 1813 en Edimburgo (Escocia), Desde muy joven demostró una inteligencia extraordinaria. Con sólo cuatro años aprendió por sí solo el alfabeto griego. En noviembre de 1827 entró en la Universidad y en el Divinity Hall de Edimburgo, donde tuvo por profesores a David Welsh y el célebre Dr. Thomas Chalmers (1780-1847).
La muerte de su hermano mayor David, en julio de 1831, le hizo pensar seriamente sobre la eternidad. Intranquilo por su condición pecadora llegó a la conversión en 1832. “Buscaré un hermano que no muera jamás”, se dijo a sí mismo. Brillante en sus estudios, destacó, sin embargo, por una verdadera pasión por salvar almas. Varias horas a la semana el joven estudiante se dedicaba a predicar el Evangelio en los barrios más bajos y pobres de Edimburgo.
Ordenado al ministerio de la Iglesia de Escocia el 24 de noviembre de 1836, sirvió en la Iglesia de St. Peter en Dundee, ciudad industrial, mayormente compuesta por obreros y con muy poco interés religioso. Aún así llegó a ser tan amado de todos que el día de su entierro miles de personas abarrotaron las calles por donde pasaba el cortejo fúnebre, hasta el punto que su padre llegó a decir que “Dios ha cortado la vida de mi hijo tan tempranamente para evitar que su pueblo amado hiciera de él un ídolo”.
Metódico y ferviente en la lectura de la Biblia, la oración, las visitas pastores y el evangelismo por las casas, era considerado como uno de los pastores más piadosos y concienzudos de la época. Elegido en 1839 para viajar a Palestina, con el objeto de estudiar la posibilidad de iniciar obra misionera entre los judíos del lugar, así como para recuperar su salud, por entonces muy quebrantada, motivado en parte por sus expectativas escatológicas (creía en el premilenarismo histórico), y sobre todo por su manera de entender Romanos 9-11. Mientras estaba en Palestina un avivamiento espiritual recorría Dundee y sus alrededores, en el cual Dios estaba usando poderosamente a William C. Burns (1815-69), quien había ido a la Iglesia de M’Cheyne para sustituirle, en principio por causa de su enfermedad, y después, por su ausencia del país en el mencionado viaje de exploración misionera. De regreso a Dundee tuvo el privilegio de ver numerosas conversiones y de ser ayudado en su labor espiritual por Burns, quien después marcharía como misionero a China.
El tifus, prevaleciente entre los miembros de su iglesia, a quienes visitaba con regularidad, le atacó y minó su constitución física débil y enfermiza. Murió antes de cumplir los 30 años. Pese a su breve ministerio ejerció una influencia notable tanto en su época como en generaciones futuras. Sus escritos llegaron a ser, después de la Biblia, los más leídos de la segunda mitad del siglo XIX en Escocia.
En su vida se cumplió su propia profecía de que un ministerio santo es un arma terrible en las manos de Dios. Alguien describió su vida como “una de las obras más bellas del Espíritu Santo”.