David Brainerd nació en 1718. Tercero de nueve hijos. Creció en un ambiente piadoso y sano, pero no fue hasta sus veinte años, en un invierno de 1738, que Dios comenzó a obrar en su vida…”buscando al que se había perdido”.
“Un día del Señor por la mañana, Dios puso en mí de repente, una percepción del peligro que corría y de la ira de Dios…El marco de las buenas obras en que me había envuelto se desvaneció” , relata David en su diario personal.
A partir de esta experiencia, Dios trató con su vida día a día, sabiendo los pensamientos que tenía acerca de David, aquel joven “rostro pálido”. No fue hasta un domingo de verano de 1739, cuando en soledad, pudo ver su condición de perdido y el camino de salvación se abrió ante el con claridad.
“Un día del Señor por la mañana, Dios puso en mí de repente, una percepción del peligro que corría y de la ira de Dios…El marco de las buenas obras en que me había envuelto se desvaneció” , relata David en su diario personal.
A partir de esta experiencia, Dios trató con su vida día a día, sabiendo los pensamientos que tenía acerca de David, aquel joven “rostro pálido”. No fue hasta un domingo de verano de 1739, cuando en soledad, pudo ver su condición de perdido y el camino de salvación se abrió ante el con claridad.